Murmullos en Roma

Una obra de arte expresa, evoca, enseña, documenta, pero no habla. O al menos eso pensaba yo hasta que llegué a Roma, y empecé a sentir el continuo murmullo algo nervioso de sus monumentos.

Era como si fuentes, esculturas, cúpulas, plazas no supieran que ha llegado el año 2008, como si nadie les hubiera explicado cuál era su finalidad en este nuevo siglo. Cansadas de no perecer y aparecer en todas las fotos de mundo…

Las entendía, y cómo no. La inmortalidad cansa, y no tiene sentido cuando no puedes disfrutar en una plaza de la contemplación de una escultura, que ha sido creado para ello: ¿para qué degradar su origen?

Me viene a la mente el protagonista de À Rebours el duque De Esseintes (abandonado a los placeres de su castillo) quien un día decide partir y visitar Londres pero a última hora prefiere perder el barco y permanecer en la taberna donde se hallaba, por temor a no encontrar aquello sobre lo que ha leído. Así que coge sus guías, sus libros de arte y, acompañado de un exquisito Jerez, camina sentado por la city

¿Y si la verdadera contemplación ya no es la verdadera? Es decir, y si el recuerdo pesa más que la visión directa. Es decir, y si reconociera que puede desaparecer Roma pero no la Dolce Vita.

Quizá viajemos para disfrutar más de nuestras películas favoritas

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