Este verano la piscina podría volver a ser ese receptáculo de promesas no cumplidas en el que nadarían tranquilamente los anhelos. El lugar donde la Melancolía pondría a remojo sus lánguidos y largos cabellos presa de la desidia, o cansancio, que traen las calurosas horas del mediodía. Donde la ninguneada pero altiva Aspiración esperará impaciente, un verano más, a ser liberada del fondo para así pasear y presumir de esplendoroso cuerpo por el jardín…
Las piscinas… Planas, azules, profundas, meditabundas, silenciosas, históricas, oníricas y camaleónicas. Pero especialmente hermosas, soñolientas y quejumbrosas. El refugio idóneo donde ocultar ese proyecto que después de tantos veranos bajo agua, aprendió a nadar y a subirse solo por el bordillo de la piscina, mientras tú tomás el sol, contemplabas somnoliento las noches de agosto o, te íbas de fiesta…
Piscinas que, como las de Ed Ruscha, también muestran su lado desafiante y tenebroso – como si se tratasen de pozos de perenne despropósito- y te invitan a romper tu reflejo en el agua, para que deje de ser eso, un reflejo en la superficie.
He de reconocer que no dan ganas de sumergirse en esas mansas aguas y nadar solo entre anhelos, miedos y sueños. Pero este año, los míos, permanecerán en el fondo, en la parte más honda y oscura de la piscina, donde no pueda tocarlos con el pie.
Me lanzo a la piscina muerta de miedo esperando que, pronto, tal vez el verano que viene, las gotas de mi inconsciente zambullida les salpiquen. Empiezo a nadar escribiendo el primer capítulo de mi novela.
Deja una respuesta