Comencemos hoy por el final de una vida. Ya sea imaginada, proyectada, pensada, dibujada, poetizada…La frase que la ilustra es del escritor Alexander Pushkin y me la dijo un amigo al oído, a gran distancia:»Puedo decir que sobreviví a mis deseos».
Para mi caben dos interpretaciones: una podría ser, no haber contado el suficiente coraje para enfrentarse a ellos (y pese a ello vivir, y bien), y la otra podría ser; no haberse arrodillado por ellos. Entonces aquí, el orgullo (el respecto, promesa) estaría por encima de nuestros deseos.
Puede que no se trate de orgullo, sino simplemente de miedo. Del miedo a no ser feliz después de haber sucumbido a ellos lo que nos impide lanzarnos a la piscina.
Tal vez Pushkin no sabía que hablaba en voz alta y se le escapó su deseo carente ya de anhelo. O quizás al deseo no haya ni que sobrevivirlo, ni combatirlo. Tal vez baste con educarlo para que nos empuje hasta volver a contemplarlo a media distancia. Como Pushkin consiguió desde el horizonte de su cama
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