Cuando un hecho trágico te golpea, se tiene la sensación de estar mirando una película. A veces es tal la sacudida recibida, que repentinamente quedas expulsado de tu cotidianidad para ser deportado –casi con lo puesto- a territorios ficticios, irreales, que nada tenían que ver a cómo habías planeado tú ese día: ni comerás, ni cenarás, ni dormirás. Más que nunca, deseas que todo lo que estás viviendo sea un mal sueño, una película que finalmente se resolverá dándoos una segunda oportunidad.
En este limbo ficticio las horas pasan como minutos, y viceversa, dependiendo del momento de la trama en la que te encuentres: si caben esperanzas o, si bien las das por perdidas. Ay, suspiramos, si pudiéramos elegir a ese omnisciente narrador que solucionará todo con un bonito y elegante giro argumental, incluso aunque tuviera que utilizar un calzador, ya te preocuparás más adelante del dolor… de pies. Por ejemplo, una Austen, que infundiera el suficiente valor para sortear las perentorias nimiedades sociales, o una Charlotte Brontë que viera más allá del miedo o, el engaño.
Cuando todo esto pasa, y tú no eres uno de sus protagonistas, te puede llegar a resultar fácil entrar (como actor de reparto) en la trama que está viviendo tu compañero de curro, si ya sabes de qué va, más o menos, la cosa. De esta manera, tu cotidianidad se torna ligeramente literaria. De súbito, formas parte de una puesta escena ya inventada donde das vida a uno de los personajes secundarios que rodean a los protagonistas. Pero al contrario de lo que pasa en la ficción, tu personaje sigue moviéndose una vez desapareces de la escena principal.
No hablo de parecerse a esa gente que actúa como si se creyera que está en una película Indie mientras se toma una cerveza en un club, (mi teoría es que estos necesitan o, bien más películas, o menos, es una cuestión de proporción que además separa dos formas de ver la vida: la impostada de la artística, pero eso es materia para otro post), sino de ser susceptible a los momentos irreales que te ofrece la vida y experimentarlos como si de una novela se tratase, es decir, introspectivamente.
En realidad, se trata de ver la película desde la perspectiva de un extra que tiene un par de frases que decir. En mi caso, es imaginarme, por ejemplo, dentro de Doctor Zhivago, dejar a un lado a Yuri y Lara, y centrarme en la bibliotecaria del pueblo, observar desde sus ojos lo qué pasa, pero también mirar lo qué le puede estar pensando ella.
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