Tomo prestado el título de la novela de Stefan Zweig para esta nueva entrada porque me viene muy bien para describir ciertos pensamientos que me aturden algunas noches. Este no es otro que el de la muerte. Así, tal cual, a secas, como ella misma. Aprovecho también para maldecir el momento en que se me reveló toda la dureza de este misterio. Tendría yo unos cinco años, tal vez cuatro, por televisión estaban echando una película, que nadie miraba, mi madre estaba planchado, mi padre no sé que estaba haciendo, cuando de repente escuché: «fulanito se ha muerto», y me dije «es la mía, voy a ver ángeles» Imaginaba un rompimiento de gloria y una gran celebración pero en su lugar vi un nicho vacío y un cementerio gris. Lloré desconsolada y mis padres me prometieron vida eterna.
Desde entonces siempre me ha dado miedo y frío morirme, a veces solo me entristece. Epicuro y su idea de «que no hay que temer lo que no se padece» ha calmado algunos desvelos. Me entristece, sobre todo, que cuando esté muerta, no podré recordar cuando yo sentía e imaginaba la muerte. Me acongoja saber que no seré consciente de esos momentos, de angustia y soledad, que revelan mí yo más vivo.
Hace un par de meses leía Carta de una desconocida (1927). La novela cuenta la historia de amor de una mujer joven que acaba de fallecer, y que deja una carta a su amado.La carta no viene firmada, y él no logra recordar de quién se trata. La distancia que separa a sus protagonistas, la que distan entre el mundo de los vivos y los muertos, parece un camino corto en comparación con la que crece, entre el recuerdo y el olvido. Pero al final (como siempre)
“Su mirada cayó sobre la jarra azul puesta sobre el escritorio. Estaba vacía, vacía por primera vez en su cumpleaños. Se asustó. Fue como si alguien invisible hubiese abierto de repente la puerta y una fría corriente de otro mundo atravesara la habitación. Sintió cerca una muerte y un amor inmortal: algo se extendió por su alma, y se quedó pensando en la amante invisible, inmaterial y apasionada, como en una música lejana”
Me pregunto, si no será que cuando espontáneamente sentimos frío y muerte, es porque alguien nos recuerda desde ese invisible, vacío y silencioso mundo.
Por cierto, la foto que acompaña el artículo es un fotograma de la película que rodó Max Ophüls con Joan Fontaine basada en la novela. Es maravillosa. La recomiendo antes, durante, después o incluso sin lectura…
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