Es en una butaca de cine donde he experimentado lo que significa perder el tiempo con toda la crudeza y existencialismos posibles.
No existe nada que me haga tomar más conciencia de todo el tiempo perdido, y del que estoy perdiendo, que cuando me encuentro mirando una mala película. Mala y pretenciosa, porque si es mala o, pretenciosa da igual. Pero a la vez, no puedo soportarlo. Empiezo a impacientarme por la hora, minutos y segundos que llevo delante de la pantalla y, de paso me da tiempo también, a arrepentirme por las tardes vacías, los paseos tontos e incluso de las visitas que hice a algún que otro centro cultural.
Puede que no sea sólo coincidencia, ya que tiene cierta lógica que sea en el cine, o en un concierto o exposición, y no en la cola del supermercado, donde tomemos conciencia y experimentemos un profundo malestar acerca de cómo invertimos nuestro tiempo, pues son, justamente, las obras de arte las que nos hacen más atractiva, interesante y sustancial la vida.
Decía Godard, en otro orden de cosas: “El día a día hace las formas, y el arte las libera”. Lo que me hace pensar que, lo que yo experimento frente a una mala película es justo lo contrario a esto. Es decir si el arte (la mala película) me subraya el día el día, es que algo va mal. (O que se trata de una película neorrealista, pero eso sí que es otra historia)
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