Ya que para la Wilde los atardeceres tipo Turner estaban pasados de moda (no seré yo quien contradiga a este gran esteta) recurriré a los de otro pintor romántico, John Constable, de naturaleza idílica y tranquila para contrarrestar este lánguido anochecer que ahora contemplo, y así gozar de una naturaleza intranscendente y profundamente superficial.
¿Quién no se subiría al viejo carro de heno un mediodía río arriba con el único temor de que vuelva la tormenta que hace poco se marchó? Dar un antiguo y largo paseo por la tranquila campiña inglesa del año 1821, a merced del agua, escuchando los silbidos de las hojas con el viento, o el ladrido de un perro.
Todo es tan profundamente sentimental y Constable lo transmite de una forma tan cercana y realista, que entendería que no se hubiese atrevido nunca a pintar paisajes nocturnos, dado que estos serían los cuadros más melancólicos del mundo: porque no se trataría sólo, como en otros pintores románticos, de la visión y experiencia personal de un pintor acerca de la eternidad, sino del fiel reflejo de lo que contempla
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