Hay épocas en que involuntariamente comienzo a caminar de puntillas, dejando mi talón al descubierto. Se podría decir que, como Aquiles, muestro mi vulnerabilidad desde el suelo (me mantengo en equilibrio con mucho esfuerzo).
Un buen día, cuando aún tus talones no pisan del todo, te invitan a una fiesta, y sin dudarlo, (a quién no seduce tomar champán bajo un cielo estrellado) acudes pensando qué tal vez abunden los asientos.
Pero resulta que el juego de la silla ya ha comenzado. No un rato antes, ni siquiera el mismo día. Viene de muchas fiestas atrás.
Mientras espero la siguiente ronda no puedo evitar fijarme en las personas que están sentadas y de qué modo (si encima de, compartiendo con, evitando a…) para después descubrir quién quito su asiento a, quién desearía estar sentado con, o quién se quito de debajo de. Incluso quién desearía levantarse porque le empujan sus.
Talones. En la última observé que los tacones además de elevar un par centímetros los hombros, también sostienen y cubren debilidades. Entonces me acordé de Aquiles, y de su talón, y mire los míos aún al descubierto.
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