Volverás a casa por vacaciones y te enfrentarás a tu antigua estantería de libros, discos y películas grabadas en VHS (en mi caso) de un viejo programa de cine que echaban por televisión. Creo que si ahora escuchará la melodía de Qué grande es el cine, alguna lagrimilla asomaría. Reconozco que desde siempre lo que más me ha interesado de ese programa eran las tertulias post película (selección de planos, idiosincrasia de los personajes, cómo se rodó tal escena…), al principio porque no entendía nada, y luego porque sí.
El verano del 2000 fue determinante para mi incursión en el cine clásico: Los mejores años de nuestra vida, La dolce vita, Vivir su vida (la primera vez que vi esta película intuía que estaba ante algo rompedor que se alejaba de las anteriores películas vistas en aquel programa, pero no sabía determinar en qué, al fin y al cabo, se trataba de una película antigua, en blanco y negro y de gangsters) y supongo que alguna más por cuenta propia, tal vez, Manhattan de Woody Allen y Encadenados de Hitchcock.
Vuelve el verano con sus incontables noches estrelladas, y yo ya se lo que haré: leeré Guerra y Paz (ya me encantó Anna Karenina), miraré viejas películas, casi seguro, La ventana indiscreta (mientras escribo este post me he encontrado con el debate que no pude ver en su día cuando la emitieron), y me terminaré la tercera temporada de Doctor en Alaska. Y tal vez, sólo tal vez, me atreva nuevamente a mirar de cara a mi antigua librería repleta de libros de historia del arte, y me enfrente al renacimiento italiano (tal como ya ocurrió hace 7 años cuando me dejé esta asignatura en mis primeros exámenes de septiembre), y a algún libro de estética como Los placeres de la imaginación.
Pensamos que el verano (estación que debería cambiar de nombre para los que ya han cumplido los veinticinco pues nunca volverá a ser esa época estival de noches infinitas para estudiantes remolones), nos dará coartada suficiente para ponernos al día con nuestros antiguas aspiraciones, pero cuando te enfrentas a ellas no tienes estrategias y te rindes tan pronto se presenta alguna dificultad.
Cuando estoy desilusionada y algo abatida, me da por pensar que por qué martirizamos con semiescondidas añoranzas. Quizá no sean tales, quizás arrastremos un capricho de juventud.
Una vez me dijo mi padre mientras hacía los deberes para la escuela algo distraída: «Inma quien siembra recoge». Los renglones de mi cuaderno se transformaron en campo y las letras en semillas
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